Esto será posible partiendo de adoptar el criterio y exigencia de que “la efectividad de un curso es la medida del retorno que se obtendrá por la aplicación de lo aprendido en dicha actividad”.
Ese retorno está compuesto por varios elementos, tales como la expectativa de cambios positivos en el comportamiento y desempeño del personal, aunados a los resultados de calidad que se obtienen luego de haber participado en el curso.
La oferta de capacitación es muy amplia y diversa en nuestros días, aunque muchos de los cursos son de carácter descriptivo e ilustrativo (cursos abiertos, seminarios, conferencias) y dictado por personas que saben cómo convencer a los clientes de los cursos, pero no todas tienen tanto la experiencia profesional ni la capacidad didáctica que es indispensable.
Por tal motivo, luego de asistir a estos eventos de capacitación, cada participante observa la existencia de un abismo entre lo que debería ser y la realidad que enfrenta en el terreno de los hechos. Y en definitiva, son muy pocos los que llegan a asociar, adaptar y aplicar eficientemente lo aprendido en su propia realidad.
De esta manera, al completar un curso, cada participante sabe cómo aplicar todo lo aprendido desde el día siguiente de haberlo concluido y en relación directa con su propia realidad.
Como consecuencia de ello, la organización comenzará a percibir el retorno de la inversión a través de los resultados que generarán los participantes, superando ampliamente lo invertido.
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